
En el año del Señor 1162, á 7 de agosto, falleció en Italia, en el burgo de San Dalmacio, el ínclito Marqués y Serenísimo Señor Ramón Berenguer, Conde de Barcelona, Príncipe y Rey de Aragón, Duque de Provenza. Este, mediante la protección divina, arrancó del poder sarraceno Almería, Tortosa, Ciurana y hasta cuatrocientas poblaciones cerca del Ebro. Tomó Lérida y Fraga en un solo día. Construyó y dotó hasta trecientas iglesias en los confines sarracenos. En la muerte fué esclarecido por milagros, tanto en Italia como en Provenza, y así mismo durante todo el camino mientras era llevado el cadáver al monasterio de Ripoll, en cuya iglesia está honoríficamente sepultado en este sarcófago, por disposición del mismo. En él con mucha frecuencia ha obrado evidentes milagros. Se distinguió en vida como guerrero valiente, expléndido y amable .
Brilló como admirable triunfador de los Sarracenos. Hizo tributarios suyos los reinos de Valencia, Murcia y casi todas las poblaciones de los dominios árabes de España……… (Reseña histórica de Santa María de Ripoll, de José Mª Pellicer i Pagés)
Se leía el bellísimo elogio fúnebre en una tablilla junto al sarcófago de Berenguer IV quien , por haber muerto en olor de santidad, fue colocado dentro del templo de Santa María de Ripoll, pero que fuera profanado por los migueletes de Barcelona. Lo cuenta así José Mª Pellicer :
«..Agitación ansiosa (seguida de profundo silencio) cundió en la villa cuando a las nueve y media de la mañana del día de San Román mártir (domingo 9 de agosto) se observó que un batallón de migueletes volvía sobremanera excitado por la parte del Arquet, con nuevas ciertas de los sacrílegos excesos de Barcelona. Publicábanlos a gritos, los comentaban, los aplaudían y animaban con diabólica algazara a reproducirlos en el centro de la Montaña. Los monjes aterrorizados reconocen por fin el peligro, pero firmes a toda costa de salvar el legado de tantos siglos, desoyen consejos, desechan ruegos y aún las lágrimas de algunos leales ripolleses que, en tan críticos momentos, olvidando disensiones pasadas, no sólo procuran su salvación, sino que además ocuparon las avenidas del monasterio, con la resolución heróica de salvarlo, o perecer en la demanda. Presentían sin duda, que en la ruina del célebre monumento iba envuelta la de sus hogares y familia. ¡Harto pronto las discordias civiles confirmaron la realidad de tales presentimientos!
Secundaba la milicia nacional los intentos de los intrépidos vecinos, y se ezforzaba, aunque en vano, a fustrar la horrible trama de los juramentados migueletes seguros esos en su fuerza, por toda contestación a los pactos y transacciones propuestas, afilaban en el fondo de inmundos bodegones sus puñales, y distribuían las téas incendiarias , entre los brindis de la orgía y las amenazas de muerte, que alcanzaban tanto a los pobres cenobitas, como a la aristocracia de la villa……”
En aquella tarde de agosto los miqueletes apuñalaron a dos cenobitas, en el corazón, pero como los demás habían huido se quedaron con hambre asesino y se ensañaron con los sarcófagos. Desenterrando a los muertos y de entre ellos el de Ramón Berenguer IV y luego incendiaron todo el pueblo.
Pellicer añade también en su obra las siguientes palabras:
¡Dichosas reliquias nuestras, si convertidas en ceniza, barridas, trasportadas , diseminadas por el Aquilón a regiones más libres, logran escapar de la esclavitud en que volveis a sumir a la pátria, después de seis siglos de heróica reconquista . ¡ Hay de Cataluña y de sus hijos! ¡Hay de Ripoll!
Miles de pergaminos, de códices depositarios de la ciencia de miles de años, quedaron carbonizados, hasta que asfixiados por el humo, el calor y el olor pestilente los miqueletes se marcharon, aunque regresaron el día 11 para continuar su fiesta.
Es tristísimo que nuevamente y al grito de indepencia se profane el monasterio de Ripoll y que se vacíen los sarcófagos de una estancia no abierta al público en el afan de reliquias, aunque sean para abastecer el museo Episcopal de Vic. Los cuerpos de los que allí reposaban y reposan merecen un respeto y que se les restituyan las dignidades y que no se les peguen escudos heráldicos que no les pertenecen y más porque son padres de una nación y el cristianismo está en deuda con ellos y no porque lo diga yo que soy insignificante, sino porque así lo dijeron Papas y altísimas autoridades eclesiásticas.
Es patético que nuevamente el pasado día 11 de septiembre de 2016, el presidente Carles Puigdemont homenajeara a los migueletes de Barcelona y todo lo que viene sucediendo . ¿Hasta cuando durará la prevalicación desoladora, los insultos , las calumnias etc.?